Escribe: Mónica Uriel. Periodista

En Galápagos todo resulta único, desde desembarcar en sus islas inhabitadas, hasta nadar a ras de mar con tortugas, tiburones, lobos marinos e incluso con los veloces pingüinos, así como visitar en la tierra poblada y volcánica sus plantaciones de café con su recién estrenada Denominación de Origen. Si todo esto además es a bordo de los únicos catamares a motor de Galápagos, de la compañía Nemo, en cruceros donde se sabe la hora de inicio del esnórquel pero no su final, con una organización y profesionalismo de su tripulación y de sus guías excelentes, así como un servicio y una gastronomía exquisita, el viaje resulta inolvidable.

Estamos a 1.050 kilómetros de Ecuador continental en unas islas descubiertas por casualidad por Fray Tomás de Berlanga en 1535 cuando la nave en que viajaba desde Panamá naufragó y la corriente lo arrastró hasta aquí. Durante muchos años las Galápagos fueron utilizadas para descansar por los piratas, quienes tomaban las tortugas y las llevaban dentro de sus barcos para disponer de carne fresca. Son en total 13 islas volcánicas grandes, 6 pequeñas y 107 islotes.

 

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Pelícanos, flamingos y lobos marinos nos reciben

 

En una de las islas grandes y habitadas, Floreana, desembarca el catamarán Nemo II -de 22 metros de eslora, con capacidad para 14 huéspedes- en uno de sus días de crucero. Allí nos reciben pelícanos y piqueros de patas azules. Caminando por la isla llegamos hasta un lago con algunos flamingos de los cerca de 400 que hay en todas las Galápagos. Desde la orilla de una playa de arena blanca vemos las peligrosas rayas sartén que están en el mar, mientras que por las rocas caminan cangrejos. Los cazadores de ballenas convirtieron esta isla en un lugar de encuentro donde podían dejar las cartas para que los siguientes visitantes de los barcos tomaran el correo y lo llevaran hasta Europa. En una réplica del barril donde depositaban las cartas en el Post Office Bay dejamos nuestra postal con la esperanza de que un visitante futuro nos la traiga a nuestra casa. Haciendo esnórquel vemos tortugas gigantes -las Galapago Geo Chelone Elephantopus, que dieron nombre a las islas- y jugamos con lobos marinos. Al atardecer navegamos en el catamarán acompañados de delfines mientras cenamos pescado de la zona como atún, y ceviches de pulpo y camarón.

 

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El cielo en el mar

 

Por un suelo lleno de estrellas de mar, como si fueran trozos de pan a modo de pistas, llegamos en otro día de esnórquel hasta una cueva con dos tiburones en su interior. Cuando ya estamos en el kayak de regreso al catamarán, el guía avista unos pingüinos en la orilla, y allí que vamos y conseguimos nadar junto a ellos un buen rato imitando sus movimientos hacia un lado y hacia otro. Los pingüinos de Galápagos son unos de los más pequeños de su especie.

 

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De excursión por la isla Gorro Chino escuchamos un ruido: es un pequeño lobo marino que sale de su cueva porque quiere estar con alguien… como nosotros. Su madre le ha debido dejar solo así que nos quedamos con él para hacerle compañía. De vuelta en el barco y preparados para hacer esnórquel, nos encontramos con que tenemos a cuatro tiburones a los pies del catamarán, así que después de la seguridad que nos da el guía cuando se tira al agua, lo hacemos los demás y pasamos con ellos momentos de adrenalina y diversión.

 

 

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Galápagos, el hábitat de las tortugas

 

Frente al Gorro Chino, la isla San Bartolomé ofrece desde el faro una bonita vista en la que destaca el afamado Pináculo, la imagen más representativa del archipiélago. Ya de vuelta a la isla más habitada, Santa Cruz, nos deslizamos a bordo del kayak por manglares convertidos en un criadero de tiburones. En tierra, en la Estación Charles Darwin, en Puerto Ayora, se pueden ver más de 5.000 tortugas pequeñas del centro de crianza así como otras más grandes. Allí también se encuentra  “Súper Diego”, de más de 100 años, y que tras haber sido padre de unas 800 crías está salvando a su especie de la extinción. En el interior de la isla, en el rancho Manzanillo, se pueden contemplar tranquilamente a medio centenar de las tortugas más grandes del mundo de casi un metro de largo y un siglo de vida. Caminan al día unos 150 metros al día y apenas gastan energía. Observándolas se descubre que son animales solitarios y que únicamente coinciden con otras en lugares de comida o de agua.

 

 

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El reto de producir café en Galápagos

No muy lejos del rancho llegamos hasta la Finca Lava Java  , donde María Elena Guerra y su esposo recalaron hace 20 años con la idea de limpiar la tierra de especies invasivas y se encontraron con plantas de café. El primer tueste de café lo hicieron en 2006, cuando solo había otra marca local, mientras que existen ya una docena. Su finca -con unas 8.000 plantas de café- es la única con certificado orgánico.

 

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“El café es una excelente opción para los finqueros en Galápagos aunque es un reto, debido a que en esta tierra volcánica la roca madre está muy cerca y a que no hay casi agua”, nos cuenta María Elena. “Todavía -dice- resulta más barato traer cosas del Ecuador continental que producirlas aquí”. Además, el sueldo de los trabajadores cuesta un 80% más que en el continente. El café de Galápagos -solo hay arábica- entró por San Cristóbal en las islas en el siglo XIX.

 

La Finca Java Lava fue la pionera aquí en hacer visitas

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Al café de Galápagos le acaban de otorgar la Denominación de Origen, la única de este producto en Ecuador. Hay un total de 40 caficultores -con unas 15 hectáreas de media cada uno- en las islas, la mayoría en Santa Cruz, con una producción de dos quintales al año.

 

Degustando cerveza de la isla

 

Junto al café ya existe otro producto local en la islas: la cerveza artesanal, camino abierto por Marcelo Herrera, con una cervecería en Puerto Ayora y una fábrica visitable a 5 kilómetros. La primera cerveza artesanal de Galápagos, Santa Cruz, que comenzó en 2015, ha hecho ya 19 tipos distintos utilizando siempre productos locales como maracuyá, guayaba, naranja o café, y tiene previsto usar ahora cacao local. “Ojalá que en un año seamos más autosostenibles en la isla”, apunta Marcelo, que cuenta cómo, debido a las restricciones de mercancías a las islas, al principio no le dejaban introducir el lúpulo. Ahora solo dejan ingresar botellas retornables, lo que Marcelo ve como una oportunidad para las cervezas artesanales.

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